Laura Chinchilla:
Costa Rica puede sentirse orgullosa de muchas cosas. Una de las notables es el respeto que su nombre inspira en el mundo entero. El país ha llegado a ser identificado con valores y causas primordiales para la humanidad: desarme, resolución pacífica de conflictos, desarrollo humano y defensa del ambiente. Aunque es obvio que ninguna de estas causas es un punto de destino, sino una ruta ética en la que siempre quedan tareas pendientes, es igualmente claro que el reconocimiento internacional logrado por Costa Rica no es fortuito ni inmerecido.
Tiene hitos indiscutibles: la abolición del Ejército y el papel jugado en la solución pacífica del conflicto centroamericano, que fue reconocido en el Premio Nobel de la Paz del presidente Arias, son dos de los más importantes. Por su apego genuino a los mejores anhelos de la especie humana, Costa Rica ha acumulado un capital moral que le permite aspirar a un nivel de influencia en el ámbito internacional muy superior al que naturalmente le daría su tamaño.
No siempre hemos comprendido y aprovechado las oportunidades que ello nos da. En momentos de extravío, administraciones anteriores hasta nos han involucrado en conflictos bélicos con los que nunca debió estar asociado el nombre de Costa Rica y que disminuyeron nuestro prestigio.
Pensar en grande. Como en tantas otras cosas, era preciso que la política exterior del país recuperara el rumbo y la capacidad de pensar en grande y eso es lo que ha sucedido durante la presente administración. En los últimos tres años Costa Rica ha vuelto a ostentar un liderazgo regional que hace mucho tiempo no tenía.
Los hechos hablan por sí solos: desde una nueva elección del país para ocupar un sitio en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pasando por la selección de Costa Rica como sede de la reunión del vicepresidente norteamericano Joseph Biden con los mandatarios centroamericanos, hasta el público reconocimiento del presidente Obama a la destacada participación de Costa Rica en la reciente Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago. En todo ello hay signos de aprecio a lo que el país representa en el Istmo, en el Hemisferio y en el mundo.
Ese nuevo liderazgo regional es muy oportuno, habida cuenta de las oportunidades que se abren con la presencia de una nueva administración norteamericana comprometida a recuperar el liderazgo moral de los Estados Unidos y su defensa de valores que, en muchos casos, son los mismos de Costa Rica.
Para un país como el nuestro que, desprovisto de un Ejército, ha convertido su apego a la legalidad internacional en su única política de defensa, no puede ser menos que un alivio ver la llegada de una administración estadounidense comprometida con el multilateralismo, dispuesta a escuchar antes que imponer y más inclinada a la persuasión que a la coacción.
Costa Rica se ha ganado un espacio para establecer un diálogo fructífero con el presidente Obama y no debe desaprovecharlo.
Temas de interés común. Para ello es preciso poner sobre la mesa temas de interés común que van más allá de la agenda comercial que ha dominado nuestra interacción con los Estados Unidos en los últimos años. Por ejemplo, tenemos la oportunidad de plantear el papel destacado que pueden jugar Costa Rica, Centroamérica y el Caribe en el desarrollo de fuentes de energía renovable, como la energía solar o la geotérmica, para la que la región ofrece condiciones muy propicias.
O el papel que puede jugar el Ist- mo en la lucha contra el cambio climático, mediante políticas tendientes a evitar la deforestación, como nuestro pionero esfuerzo con el pago por servicios ambientales. O el papel que puede jugar Costa Rica como un plan piloto para reducir dramáticamente las brechas digitales mediante la masificación del acceso a equipo básico de computación e Internet, tarea en la cual ya tenemos el enorme trecho andado por la Fundación Omar Dengo por más de dos décadas.
Esos son apenas algunos ejemplos de los nuevos temas que debemos llevar a nuestro diálogo con la administración del presidente Obama. Son temas en los que Costa Rica y la región requieren de la cooperación de los Estados Unidos, pero no como un asunto de caridad, sino como una expresión del interés común que nos une de enfrentar los grandes desafíos de la humanidad en el siglo XXI.
En la arena internacional todo país tiene el derecho de hablar. El derecho a ser escuchado con respeto, en cambio, hay que ganárselo. Y no es fácil. A lo largo de muchas décadas, Costa Rica ha construido una tribuna desde la que se le escucha mucho más allá de sus fronteras. En los últimos tres años esa tribuna ha sido renovada y fortalecida bajo el liderazgo del presidente Arias. En adelante, nos toca aprovecharla en forma creativa, para replantear la relación con nuestros vecinos y, sobre todo, con la nueva administración norteamericana, que tantas oportunidades valiosas ofrece para Costa Rica.
viernes, 15 de mayo de 2009
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